RECUPERANDO AL NIÑO QUE FUIMOS


Jesús nos aconsejó ser como niños, pero… ¿por qué?
Deberíamos empezar por preguntarnos cómo son los niños, qué características particulares o especiales tienen y sobretodo indagar en nuestra historia personal, en qué momento dejamos de ser como niños.
Cerremos los ojos por un instante y busquemos visualizar a un niño.
Observemos su inocencia, su pureza, su facilidad para reír y disfrutar de algún juego. Notemos cómo necesita de sus padres, su confianza en los demás, la simpleza de su mirada que descubre un alma colmada de sorpresas.
Los niños se asombran con una habilidad sin límites. Todo les gusta, les agrada: un juguete, una fruta, la leche, esas zapatillas que hasta le quedan cómicas.
Los niños disfrutan a lo grande, nada los detiene cuando quieren algo, saben hacerse querer (¿a quién no le produce ternura la presencia de un niño?)
Y nosotros fuimos niños allá lejos, hace tiempo, tanto que ni nos acordamos.
Pero algo pasó en el proceso de crecimiento que hizo que fuéramos perdiendo, como lo hace un árbol con sus hojas en otoño, una a una, aquellas cualidades que nos hacían tan especiales.
Perdimos lo mejor de nosotros….la inocencia, la confianza en la gente, la predisposición para comprender cuánto nos necesitamos unos a otros, la capacidad para disfrutar de pequeños momentos felices, las ganas de reír y de jugar, la tendencia de asombrarnos…
¿Qué nos pasó? ¿Acaso crecer significa comenzar a ser unos amargados, descreídos de todo, tristes sin remedio?
Cristo nos dijo que los que son como niños tendrán el Reino de Dios. Porque la felicidad se encuentra cuando ese Reino habita en nuestro interior, ese interior en el que fuimos dejando invadir de diferentes tipos de basura: odios, rencores, resentimientos, desconfianzas, falta de fe y de esperanza, desánimos…
Para muchos de nosotros, recuperar la felicidad es precisamente reconquistar las virtudes de un niño.-

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