SOLIDARIDAD DESDE ADENTRO


Se habla y se exhorta demasiado acerca del valor de la solidaridad; de la importancia de pensar en las necesidades del otro; de ese dar a los que les falta.
Y se duda de que se trate de un valor humano que vale la pena practicar e inculcar a las nuevas generaciones.
Ninguno cuestiona que el mundo sería diferente si a nadie le interesara el prójimo y cada cual viviera sólo para sí mismo y sus propias necesidades.
Pero no es la cuestión el dar sino el cómo damos; la intención; el sentimiento que ponemos en ese acto de servir.
¿De qué sirve una acción de caridad si no ponemos en ella ese especial acento de entregar también una parte del alma y no sólo dinero o pertenencias materiales?
Analicemos qué pasa en nuestro interior cuando nos solicitan una colaboración material… ¿qué sentimos realmente? ¿Nos molesta? ¿Nos enoja? Nos decimos...  ¿Otra vez?
Porque si con esa actitud estamos finalmente cooperando… ¿De qué nos sirve si no crecemos en la caridad, ni nos alimenta el espíritu el hecho mismo de dar pero renegando o haciéndolo como quien entrega una simple limosna para que dejen de molestarnos?
Debemos comprender que si alguien nos pide algo material, no es porque sencillamente quiere sacarnos algo o probar nuestra humanidad, lo hace porque realmente lo necesita.
Sentirnos en la necesidad de pedir no es agradable para nadie, al contrario es incómodo y doloroso.
Pensemos en estos conceptos cuando en una próxima vez, alguien nos solicite alguna ayuda material y recordemos que dar con amor y desinterés siempre nos nutre el alma y nos enfrenta cara a cara con la esperanza de sabernos útiles y necesitados por el hermano que sufre.
  


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